miércoles, 16 de septiembre de 2015

Deshollinadora

Le dolían las diez uñas de las manos. Llevaba un rato así, con la punta de los dedos punzándole al principio y luego concentrándose el dolor debajo de las uñas para volver a extenderse de nuevo a las puntas de los dedos. Pero esperó hasta que no pudo dejar de lado la sensación ya cercana al dolor y por fin descendió la mirada y los observó. Le dio vueltas a la posible causa de esto mientras observaba cada falange, reconociendo lo que era una de las partes más importante de su cuerpo. Con aire ausente escuchaba el susurro de las conversaciones a su alrededor, la ininteligible jerga que formaba una nube en la que no le interesaba introducirse; como todos, también esperaba que el modelo estuviera listo pero su atención no parecía incapaz de disolverse de sus dedos. Rotó sus muñecas lentamente hasta que pudo ver sus dedos de costado, primero el lado izquierdo y luego el derecho, para lo que tuvo que apoyar en sus pantalones de mezclilla. El contorno estaba perfilado como si hubiera sido cortado con una navaja, salvo en las zonas donde los nervios habían obligado a sus dientes a mordisquear los bordes y crear irregularidades como pellejos y  trocitos de piel apretada pero sin arrancar del todo. Pudo observar el tinte amarillento que el cigarro había dejado sobre su piel y la callosidad del pincel en varios de sus dedos. ¿Serían lo largas que estaban? O ¿Los químicos de los disolventes que usaba para sus pinturas comenzaban a pasar factura? Vio el esmalte natural herido por las sustancias y la debilidad de las uñas que parecían doblarse cuando las empujaba contra una superficie dura. Necesitaba cortarlas.

Lentamente, pero aun imbuida en las formas y colores de sus dedos, levantó la mirada y la acabó posando al frente, pero sin ver ningún punto en específico. Un poco a su costado izquierdo, pero sin la necesidad de girar el rostro, se encontraba la persona que durante sus primeros once años de vida había sido un reflejo de espejo de sí misma. La adolescencia los había alejado pero sólo en aspecto físico. Ella continuó con el rostro suave y delicado, con los ángulos suaves bajando a una barbilla casi en punta pero suavizada por la feminidad. Él había conservado el mismo tipo de rostro, pero su mentón se había hecho más cuadrado y la nariz más grande. Había aparecido la nuez en el cuello y los huesos de sus cejas sobresalieron más que en los de ella; incluso había aparecido algo de barba que ahora era una masa de cabellos claros muy cortos que apenas se podían ver. Pero conservaban rasgos similares; aun poseían ese cabello claro reluciente que él llevaba corto y ella largo y ambos tenían esa iridiscencia extraña en sus ojos claros de diferente color, como si cada uno se hubiera sacado un ojo y lo hubieran intercambiado entre sí.

Ella mantuvo la mirada fija en la lisa pared, pero mirándole por el rabillo del ojo, hasta que él apartó la mirada de su lienzo y sus ojos conectaron. Él la observó con una mueca casi divertida que ella devolvió casi con mesura. Entonces escucharon el ruido de la puerta y ambos voltearon, cortando con la conexión rápidamente. Hubo un murmullo de resignación, aceptación y de satisfacción entre todos los alumnos cuando entró el profesor acompañado del modelo masculino de esa clase, y no se trataba del hombre que esperaban los gemelos. Sólo ella pudo ver el limitado perfil de los brazos de un hombre más que, de último, abandonaba la angosta pero bien equilibrada oficina de su profesor de arte ubicada del otro lado del pasillo. Distinguió la cicatriz que salía de su brazo cubierta a medias por la chaqueta de cuero natural arremangada. Vio el musculo extrañamente marcado en el cuerpo que a veces parecía demasiado delgado para tenerlo. De pronto se cerró la puerta y con un sobresalto, el profesor atrajo de nuevo su atención. Se olvidó del dolor en las uñas.

***

Encendió el último cigarrillo que le quedaba en la cajetilla. Arrugado en el fondo, había quedado invisible hasta que los demás se habían consumido. Se había convertido en una especie de ser amorfo, apretujado como si estuviera de más  pero él no lo había olvidado. Lo había sacado golpeado la cajetilla suavemente. El cigarro formaba casi con exactitud una letra C irregular y llena de zonas con huecos y ángulos agudos. Lo alisó con paciencia, permitiendo que la forma no desapareciera por completo. Cuando lo apoyó en sus resecos labios comprendió que lo único diferente con el cigarro era la apariencia: encenderlo fue tan sencillo como con los demás y el sabor era exactamente el mismo. Cerró los ojos al inhalar la nicotina, contemplando en su mente los ya sucedidos extenuantes minutos que había pasado en la oficina del profesor. Sólo sus oídos escucharon el golpe seco cuando se espalda golpeó en el muro de manera fatigada. Sobre su cabeza, tres pisos arriba, la clase se había llevado a cabo sin su presencia y bajo la tenue luz de un suave y lento atardecer; emanaba el olor característico del óleo, el grafito de los lápices y el  aceite disolvente a través de las ventanas abiertas que intercambiaba el aire denso del interior por una brisa fresca. Hubo un momento, durante la tarde, en el que apareció una sonrisa fugaz en su rostro, un amago de lo que podría ser una bufonada capaz de aún hacerle gracia, escondida de las otras dos presencias. La sensación de opresión dentro de aquella angosta oficina permaneció con él durante todo el tiempo que estuvo allí, sentado, mirando hacia afuera, reprimiéndose. Aquello fue una estancia inútil. Poco después, rehusándose a continuar con la farsa, a ser el bufón, el espantajo que esperaban sus compañeros que fuera, había traspuesto la puerta de la oficina y recorrido el pasillo a las escaleras rumbo al exterior.

El cigarro maltrecho se fue terminando junto con la caída del sol crepuscular, con él esperando por la noche, recargado en ese muro que se encontraba de espaldas a la entrada principal, al bullicio de la gente y los pasos de los profesores y los directivos. Era un escenario que expresaba de una manera literal la sensación que experimentaba cada minuto desde meses atrás.  Las cosas cambiaron poco a poco, como una tenue mancha que se había ido esparciendo a su alrededor, invadiendo primero su hogar y luego extendiéndose hasta la universidad, hasta los estudios y la carrera que antes amaba. Ahora había un muro de cristal dividiéndolo a él de todo a su alrededor, un miedo que parecía calar, entrar por el lecho ungueal de los dedos de sus pies y subir, partiendo músculo y tendones hasta enredarse en las arterias carótidas y penetrar en el cerebro. Un cambio irreversible y total y ahora completo. La noche cayó, aplastando el resto de luz natural que pronto fue suplantada por la insignificante luz artificial, tan fácil de destruir. Se apartó del muro con un empuje minúsculo de su espalda, la tensión de músculo cada vez más delgado pero aun fuerte. Consumido, el cigarro fue pisoteado sin clemencia en el suelo con una de sus gastadas botas. Fue delicioso sentir aquella presión esos instantes. El empuje de su cuerpo provocando la presión y el movimiento de su pie que trituró el filtro, el resto del tabaco y la nicotina. Un instante de absoluto control.


Anduvo hasta la salida, encorvado por la fatiga, a veces inclinándose lo suficiente como para ver sus pasos en el asfalto aun tibio del día. Al trasponer las rejas se detuvo, y volvió la vista al amplio patio, al edificio que se coronaba  como gobernante en el centro del terreno y a los árboles que salvaban de insolación en el verano; de inmediato volvió a la reja, observó las puntas de flecha que coronaban todo el enrejado que rodeaba el campus del departamento de artes de la universidad. Conforme más se acercaba el final de sus estudios, menos se esforzaba por concluirlos. Cada vez faltaba a más clases, se excusaba de las presenciales y se mostraba despistado en la mayoría; a veces ni siquiera estaba despierto. El primer aviso que recibió de la escuela fue una visita a la oficina del subdirector. No estaba listo para recibir una reprimenda de nadie. Aprovechó la expulsión temporal para descansar y pensar las cosas; intentó esforzarse. Suspiró, negando con la cabeza. El viento comenzaba a enfriarse a su alrededor, golpeando los muros y revolviendo su desastroso cabello conforme dejaba el campus atrás. Cuando miraba hacía el pasado, no recordaba el instante en que sus pies habían acabado mojados. El vaso se había llenado, pero no lo notó hasta que rebalsó. 

Gracias a rotzcoco por su ayuda con este capítulo. Dedicado a ella, sobre todo el complicado final.

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